11 junio 2014

El desarrollo del lenguaje: Genie, la niña salvaje

Según Chomsky la adquisición del lenguaje es innato, un proceso natural al margen de la civilización (Wikipedia).
Chomsky está convencido de que la gramática del lenguaje articulado (la estructura lógica que permite establecer relaciones entre conceptos expresados verbalmente, y formar así enunciados complejos) está alojada en un área cerebral específica, que necesita de exposición estimular para desarrollarse.
Esta área es independiente del resto de capacidades cognitivas y, contradiciendo a Piaget, no emerge de ellas, sino de forma paralela. Lenneberg, por su parte, decía que hay cierto umbral del desarrollo en que el cerebro está diseñado para aprender tareas como el lenguaje. Pasado este tiempo, es inútil tratar de enseñarle el mismo. Este punto es lo que Lennebegr llama el período crítico para el desarrollo del lenguaje, situándolo entre los dos años de edad y la pubertad. Según él, antes el cerebro es demasiado inmaduro y después carece de la suficiente plasticidad.
En definitiva la cuestión fundamental era si era posible aprender a esa edad, y qué tanto influye el ambiente en el desarrollo de las habilidades lingüísticas, sobre todo. La ética de la investigación impedía determinar qué teoría era certera, pues no es posible privar premeditadamente a un ser humano de un desarrollo normal. Por esto Genie fue una gran oportunidad para la ciencia, posibilitó a los investigadores a realizar pruebas y valorar el desarrollo del lenguaje en un ser humano que no ha tenido ningún tipo de interacción o comunicación con la sociedad, es decir, que ha vivido aislado.
El caso Genie comienza cuando su madre, en un intento de escapar a los maltratos de su marido, va a los servicios sociales acompañada de la niña. Aquí se dan cuenta de que algo no estaba bien. Genie pasó sus trece primeros años de vida en un sótano totalmente sin luz y con una cuna y una silla con un orinal como únicos muebles. Sus padres, al creerla deficiente mental desde bebé la encerraron allí, aislándola totalmente del mundo exterior. En su confinamiento aprendió, a base de palizas, que no debía hacer ruido, ni chillar ni jugar.
 Cuando la policía descubrió el caso, la niña solo arañaba, olía y escupía, andaba de una forma muy particular, con las rodillas flexionadas hacia delante y los hombros caídos. El aislamiento tuvo consecuencias nefastas para Genie, como la no adquisición del lenguaje, la falta de capacidad para entablar relaciones con otras personas (en este caso los diferentes terapeutas que trabajaban con ella) y además estaba desconectada de algunas sensaciones corporales, por ejemplo no era consciente del agua fría o caliente a la hora de darse un baño.
El descubrimiento de Genie planteó un dilema ético sobre si se le estaba prestando la ayuda adecuada en función de sus características y necesidades y, por otro lado, si esa ayuda tenía como principal objetivo favorecer el desarrollo de la niña o la obtención de resultados para las distintas investigaciones que se habían puesto en marcha desde que había aparecido el caso.

Como resumen de su historial en el Hospital (Moñivas Lázaro, A. San Carrión, C. Rodríguez Fernández, C), podemos decir que el equipo de investigación no consiguió definir una línea de investigación coherente para Genie, primando a Genie como objeto de investigación y no como ser humano (de hecho, algunos investigadores la adoptaron con fines partidistas). El caso acabó siendo denunciado, a través de la madre, las subvenciones a la investigación retiradas y todos los principales investigadores encausados. Tras abandonar el hospital, Genie tuvo al menos seis hogares adoptivos, en algunos de ellos con maltrato. Actualmente, vive en un centro de acogida para personas mayores en Los Ángeles.

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